Era una sensación extraña la que ambos sentían, un déjà vu, algo que ya habían sentido, pero les gustaba. Como cualquier amor adolescente que entre risas y colegas va surgiendo, volvían a empezar de cero. Las miradas fijas que él no aguantaba, no sostenía, no se atrevía a seguir mirando esos dos ojos grandes que tanta fuerza y brillo reflejaban. Apartaba la vista de ellos unos segundos y al rato volvía a mirarlos, de forma discreta, para que ella no se diera cuenta. Le sonreía al ver la cara que el ponía cuando esos dos ojos grandes se fijaban en los suyos, tímidos. Sin quererlo casi pero muriéndose de ganas, sus dedos se entrelazaban, cerraron los ojos para gravar a fuego ese momento en sus mentes y un abrazó lo selló.
Nadie decía nada, no sabían que decir y pensándolo mejor, así estaba bien, todo aquello decía mucho más que cualquier palabra que pudieran pronunciar. Una mirada sostenida, una sonrisa hecha boceto y dibujada al ver la de ella. Su mano que se aproxima y acaricia su delicada piel y como si hubiesen firmado un acuerdo, sin pensárselo dos veces pararon el resto del mundo con un solo beso.
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